| Резюме: |  Hace tres años, Donald Trump derrotó a los demócratas en una victoria histórica, inesperada. Pero el partido de Hillary Clinton, la candidata perdedora, venía roto de unas primarias sorprendentes, donde la irrupción del senador Bernie Sanders y su propuesta populista de izquierdas cambió la dinámica de los demócratas. Durante casi una década, el liderazgo y las dos presidencias de Barack Obama taparon las dos almas que se fraguaban en el partido: el «establishment» moderado, engarzado en la elite económica del país, y la corriente izquierdista, con propuestas de corte socialista, empujada por la energía del electorado joven y alimentada -igual que Trump- en el descontento de una clase media que cada vez vive peor.
Esa brecha en el partido no se ha cerrado y, a un año de las elecciones, domina las primarias demócratas. La gran diferencia es que buena parte de los actores han cambiado y el panorama está mucho más abierto que en 2016. En primer lugar, porque Joe Biden, el candidato moderado del «establishment», no es Hillary Clinton, que era la candidata irremediable. El que fuera vicepresidente con Obama arrancó las primarias como gran favorito, pero con el paso de los meses, su posición se ha debilitado. Su desempeño en los debates ha sido mediocre -trastabillado, confundiendo datos, con poca energía-, ha dado la sensación de estar envejecido para el cargo -cumple 77 años este mes- y su capacidad de recaudar fondos se ha resentido en el último trimestre, donde se ha visto superado por tres candidatos: Sanders, Elizabeth Warren y Pete Buttigieg.
Además, el escándalo de la llamada de Trump a su homólogo en Ucrania le ha salpicado y podría seguir haciéndolo en el futuro, mientras el Congreso ventila el «impeachment» o proceso de recusación al presidente. Biden mantiene su liderazgo en las encuestas, con un 26,7% del apoyo en el acumulado de encuestas de Real Clear Politics, pero no es un colchón para estar cómodo.
La gran ventaja para Biden -y la segunda gran diferencia con las primarias de 2016- es que la corriente izquierdista está repartida en dos candidatos: Sanders y Elizabeth Warren. Su programa es similar -sistema de salud público universal, universidad gratuita, presión fiscal a las rentas altas- y todo apunta a que la dupla divide el voto izquierdista. Warren, senadora por Massachussetts, ha sido la gran irrupción hasta el momento en las primarias, con una campaña muy efectiva, llena de propuestas y con gran desempeño en los debates. Desde que comenzaron estos encuentros entre candidatos, ha disparado su posición en las encuestas -ahora tiene un 21,7% de los apoyos- y en la recaudación de fondos.
Sanders, por su parte, conserva el músculo financiero del movimiento que impulsó en 2016, pero se ha visto superado por Warren en intención de voto: ahora cuenta con un 16,8%. Además, ha sufrido un infarto en plena campaña, lo que ha vuelto a sembrar dudas sobre la idoneidad de su edad -tiene 78 años- para convertirse en presidente.
Con la vista en los caucus de Iowa de febrero
Las primarias demócratas arrancan a comienzos de febrero en Iowa, y allí es donde muchos candidatos están poniendo todos sus esfuerzos. Un buen resultado en este estado bisagra, de esos que inclinan las elecciones presidenciales a uno u otro lado, puede dar un espaldarazo a sus posibilidades. El desempeño en los primeros estados determinará posibles movimientos: si Sanders o Warren se alían para derribar a Biden o si la condición de favorito del exvicepresidente se debilita todavía más. En ese caso, otra opción moderada gana enteros, aunque sea, como dicen en EE.UU., un «long shot», un tiro lejano, una posibilidad remota: Pete Buttigieg. Alcalde de una pequeña ciudad de Indiana, en la América profunda, veterano del ejército, gay y cristiano, sería el presidente más joven de la historia de EE.UU. -tiene 37 años- si gana las elecciones. De momento, no llega al 8% de los apoyos.
Con un panorama tan abierto, el principal ganador de las primarias demócratas puede estar en el otro bando: el propio Donald Trump. |