Резюме: | A la URSS le quedaban tan solo cinco años de existencia y caminaba lentamente hacia su desintegración, cuando se produjo el accidente de Chernóbil, cuya tragedia se ha convertido estos días en todo un fenómeno cultural gracias a la serie de HBO. El reactor número 4 de la planta nuclear explotó exactamente el 26 de abril de 1986 durante unas pruebas técnicas. El gigante comunista pudo «ocultar el verdadero origen de una nube radioactiva de casi 2.000 kilómetros» durante tres días, según titulaba ABC el 29 de abril de 1986. «¿Y por qué lo ha reconocido ahora?», se preguntaba nuestro corresponsal en Nueva York, José María Carrascal, que respondía: «Pues porque no tenían más remedio. En Finlandia ya había detectado la nube de radioactividad antes incluso de que la anunciase la agencia oficial soviética Tass».
[Así engañó el comunismo a 600.000 liquidadores para que murieran por la URSS en Chernóbil]
Sin embargo, lo que casi nadie sabe es que mucho antes de que Chernóbil saltara por los aires emitiendo 500 veces más radiación que la liberada por la bomba atómica de Hiroshima, la Unión Soviética ya había sufrido otro grave accidente nuclear que sus líderes consiguieron mantener oculto durante dos décadas. Se produjo el 29 de septiembre de 1957, en una planta de reprocesamiento de combustible nuclear secreta que los comunistas tenían cerca de Kyshtym, en los montes Urales, a unos 2.000 km al este de Moscú. Su nombre: Mayak (Mayak Production Association, MPA).
ABC fue uno de los primeros medios españoles en revelar aquel accidente desconocido para el resto del mundo, a pesar de que provocó una enorme nube radioactiva que se extendió cientos de kilómetros sobre el país, que afectó a más de 250.000 personas y provocó evacuaciones de población a gran escala. Lo hacía casi un año después de Chernóbil, analizando las consecuencias que este accidente había tenido para su país y el mundo en el campo de la ciencia, la tecnología, la medicina, el medioambiente y la política.
«Para Mijaíl Gorbachov aquello fue una revelación. Una revelación negativa, claro. Le demostró, de la forma más contundente, lo que debía venir sospechando: que había algo muy profundo y muy extendido en su país que no funcionaba. No habían funcionado los sistemas de seguridad de la central nuclear, no había nada previsto para en caso de que sobreviniese un accidente, ni las autoridades locales ni las nacionales sabían qué hacer. Lo único que sabían y se disponían a ello era repetir lo que hicieron antes el accidente de Kyshtym, cuando una escombrera de materiales radioactivos explotó, causando cientos de muertos y dejando el área contaminada durante años: ocultarlo. Todavía hoy no hay detalles oficiales sobre la magnitud de aquella tragedia acaecida en 1957», podía leerse en este periódico, el 24 de abril de 1987.
El tercer peor desastre nuclear
Tal fue la gravedad de aquella explosión que aún hoy es considerada el tercer peor desastre nuclear de la historia después de Chernóbil y Fukushima, que tuvo lugar en el noroeste de Japón en marzo de 2011. Liberó 20 millones de curies de material radiactivo a la atmósfera, causando la muerte a docenas de trabajadores de la central en un primer momento y, en los meses siguientes, la de otros dos centenares de civiles más a causa del síndrome de irradiación aguda. A pesar de ello, el mundo permaneció ajeno a aquella tragedia humana y medioambiental debido al estricto protocolo soviético de ocultar la información perjudicial para el régimen comunista, gobernado en aquel momento por Nikita Kruschev.
La explosión se produjo a las 16.20 horas de aquel 29 de septiembre del 57, en unas instalaciones que no aparecían en ningún solo mapa civil. La tarde estaba en calma, la temperatura era agradable y el día era soleado cuando los habitantes de la ciudad de Ozersk escucharon la explosión. Muchos de ellos se encontraban viendo el partido de fútbol en el estadio local. Muchos se pensaron que era una explosión controlada de dinamita en una de la fábrica cercana en la que trabajaban convictos del régimen comunista, así que continuaron viendo el partido como nada hubiera ocurrido.
En ningún momento se imaginaron que la explosión se había producido dentro de un tanque subterráneo de almacenamiento lleno de residuos de plutonio altamente radiactivo. Ni que estaban expuestos a un peligro que podía costarles la vida en un breve periodo de tiempo, sin olvidar que, a diferencia de Chernóbil, aquella planta se encontraba muy cerca de las fronteras de la URSS con Occidente. Tampoco vieron lo habitantes de Ozersk que el tanque, de 160 toneladas, se había elevado con la conflagración más de veinte metros en el aire, ni que las barracas cercanas donde se encontraban los presos quedaron prácticamente hechas escombros ni que el accidente lanzó al aire una columna de polvo y humo radiactivo de un kilómetro de altura.
La carrera nuclear
Después de la Segunda Guerra Mundial, los Soviéticos se habían quedado detrás de los Estados Unidos en el desarrollo de armas nucleares. Eso provocó que comenzaran un programa apresurado de investigación y desarrollo, con el objetivo de producir la cantidad suficiente de uranio y plutonio para desarrollar armas en medio ya de la Guerra Fría. La central nuclear de Mayak, en concreto, fue construida rápidamente entre 1945 y 1948, pero tomando decisiones poco prudentes en la seguridad. Los aspectos medio ambientales no fueron tomadas en serio, hasta el punto de que los seis reactores nucleares se encontraban cerca del lago Karachai, en el que descargaban el agua contaminada después de ser utilizada para enfriar los reactores. Y, además, la planta estuvo echando durante años los desechos radiactivos a un río cercano que conectaba con el río Obi y de ahí iba a parar al Océano Ártico.
Paralelamente a la central se construyó también una ciudad para albergar a sus trabajadores, a la que se bautizó en un primer momento como Chelyabinsk-40 («Ciudad-40»), antes de recibir finalmente el nombre de Ozersk. Sin embargo, al igual que la plante, no aparecía en los mapas de la URSS. De hecho, cuando se produjo el accidente en 1957, la gran mayoría de la población soviética jamás había oído hablar ni de una ni de otra. Algo que al Kremlin siempre le interesó que siguiera siendo así, incluso cuando, en 1967, una sequía evaporó gran parte del contaminado lago Karachay o cuando un tornado lo devolvió a la tierra. En esta segunda ocasión, la lluvia traía con ella cesio-137 y cerca de 42.000 personas se vieron afectadas.
Pero el 29 de septiembre el funcionamiento de la central de Mayak era correcto. Los técnicos que trabajaban en ella comenzaron su turno como de costumbre, hasta que el sobrecalentamiento de uno de los tanques con dichos residuos nucleares altamente concentrados hizo que explosión. Inmediatamente después, el personal que había sobrevivido a la catástrofe, se les prohibió hacer la má mínima pregunta a sus superiores ni mencionar el accidente a nadie. Aún así, los rumores llegaron a Occidente. Sin embargo, con esta planta nuclear se encontraba entre los lugares militares más fuertemente custodiados por la URSS, consiguieron mantenerlo en secreto.
Guerra Fría
Cuando fue preguntado por ello en la escena política internacional, el gobierno soviético se negó a reconocer ni tan siquiera la existencia de la planta, así que mucho menos todo error que se hubiera podido cometer allí. La CIA, incrédula, recurrió entonces al envío de aviones espía U-2 de gran altitud con los que fotografiar la zona de Kyshtym. En la segunda de esas misiones de reconocimiento, en mayo de 1960, el avión del piloto estadounidense Francis Gary Power fue derribado por un misil tierra-aire soviético, en el que se convirtió uno de los eventos más importantes de la Guerra Fría.
A la luz de los datos que conocemos hoy en día, durante los más de veinte años que el desastre de Mayak tardó en salir a la luz fue el peor accidente nuclear de la historia. Tampoco supimos hasta mucho después que fue en aquella planta donde también se produjo la primera bomba nuclear soviética. No fue hasta 1976 cuando el biólogo ruso Jaurès Medvedev dio por primera vez noticia de aquel grave accidente nuclear. Este biólogo, historiador y disidente ruso fallecido en 2018, que fue uno de los expertos soviéticos encargados de monitorear la contaminación nuclear de la región, fue entrevistado hace tres años al respecto por la BBC. «No existían suficientes regulaciones sobre la temperatura y, en un momento dado, el sistema de regulación de uno de los tanques dejó de operar. Cuando la temperatura llegó a ciertos niveles, el tanque explotó [...] No sabemos cuánta gente sufrió, cuántos murieron, cuántos eran soldados o criminales. Esas cifras no han estado disponibles», explicó.
Aunque todavía no hay cifras oficiales, se calcula que unas 200 personas murieron en los diez primeros días y cientos de miles fueron seriamente afectadas por la radiación posterior. A pesar de ello, hoy Mayak sigue siendo una de las principales centrales nucleares en Rusia. |